viernes, 17 de octubre de 2014

Álvaro



ÁLVARO

En una planta baja de un pueblo pequeño del interior, repleto de cuestas y rodeado de montañas, vivía Álvaro, y allí acudía yo todos los días a curarle una herida en la espalda que se resistía a cicatrizar. En su casa las puertas estaban abiertas y casi siempre había gente, que al pasar, se asomaba a saludar, o se quedaba a charlar un rato con él. Y es que Álvaro siempre estaba contento, tranquilo, sereno. Nunca le oí quejarse de nada, todo le parecía... simplemente sencillo.
Cuando le conocí había terminado Económicas y trabajaba de administrativo en un Centro Ocupacional . Años más tarde  también estudió Derecho y acabó dando clases en la Universidad. Estudiar es mi hobby, solía decirme.

Álvaro no tenía padres, a pesar de ser muy joven, ni hermanos. A los diez años se calló de la bicicleta en la carretera de su pueblo, en una curva con bastante pendiente, y ya no pudo volver a andar, pero él nunca hizo un drama de nada, y todo se quedó pequeño ante la grandiosidad de su alma.


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